Sin duda, la música y las canciones de La Ronda de Boltaña constituyen la banda sonora de una parte de mi vida. Coincidió su aparición con la época de crianza. Su primer disco se publicó en 1996 y cuando Jorge tenía poco más de dos años, mi hermana lo trajo, entonces en forma de casette, a Durango. La Ronda era savia nueva en el panorama de la música popular aragonesa. Sus canciones eran alegres, pegadizas y un tanto reivindicativas. Pronto nos aprendimos las letras y, cuando nos juntábamos en aquellas excursiones tan llenas de ilusión y con nuestros pequeños mocosos, eran las primeras que entonábamos como una coral improvisada.
Coincidí por aquella época con José María Campo, director entonces del Instituto Aragonés de Estadística. Él, natural de Mediano, había sufrido en sus propias carnes (o, tal vez, en las de sus padres) el exilio forzoso de un pueblo anegado por las aguas del embalse que dio al traste con la pequeña aldea de sus antepasados. La Ronda contaba y cantaba historias parecidas en su "Habanera triste". Historias con las que se identificaba José María Campo, devoto de los "Rondadores" y que, imagino, le servirían para sobrellevar mejor la pérdida de su idealizado paraíso.
He elegido "Días de albahaca" del primer disco porque cuando escuchaba, allá lejos en Durango, aquella frase: "Que lentas pasan las tardadas de invierno cuando me vienes al pensamiento. El calendario, niña, es como un desierto que para verte he de cruzar", me entraba una nostalgia terrible del terruño que habíamos tenido que abandonar y, aunque en el País Vasco estábamos a gusto, no podía dejar de pensar que para volver a "casa" tendría que pasar un tiempo que, además de indefinido, muchas veces discurría demasiado lento.
Letra
pensando en los hijos que andan lejos!
Por las alcobas vacías gime el viento
mientras tú coses junto al hogar.
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